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Le Cirque de Calder

Le Cirque de Calder

Alexander Calder (1898-1976) es conocido y reconocido en el mundo entero por sus esculturas móviles, algunas de gran tamaño, y su obra es indicativa de un espíritu alegre, abierto y muy divertido. Al final de su vida Calder tenía el pelo completamente blanco, llevaba siempre una camisa roja de franela (el rojo de tantas de sus esculturas) y reía a mandíbula batiente, osea, algo a medio camino entre un Papá Noel surrealista y un experimentado cirujano del metal.

Pero pocos conocen su fascinación por el circo. Era tal que un buen día comenzó a confeccionar, con los materiales qué el usaba magistralmente (trapo, madera, alambre, y alguna goma), una pista de circo sobre la que fue añadiendo los personajes que conforman una compañía completa. Todo estaba hecho a mano, y cada muñequito, carromato, o animal estaba realizado de un modo específico, de modo que bajo la experta manipulación de su creador podía realizarse una función completa. El mismo Calder daba vida a todos y cada uno de los personajes (trapecistas, domadores, payasos, lanzadores de cuchillo, leones…), y les ponía voz, mientras que su esposa, en un aparte, pinchaba en un tocadiscos las típicas melodías circenses.

Les recomiendo investiguen o lean un poquito mas sobre este personaje, lo encontre fascinante!

magia

magia

pasaba la vista el otro dia por unos boletines publicados por los mansilla-tuñon(1)
que me parecio digno de ser mencionado en
este espacio de interaccion, el mismo referenciaba a la magia...
es mas, se preguntaba si existe la magia en arquitectura.
y proponian una diferencia basica: una ser mago, otra prestidigitador.
segun l.m.(2) el primero nunca revelara su truco, el segundo...
el prestidigitador conoce su oficio, su sombrero es una gran bolsa donde se esconden
multitud de seres y objetos inapreciables, palomas diminutas, pañuelos anudados,
bastones plegables, conejos disciplinados, sabe cuales son sus elementos, maneja la medida
con precision, la distancia...la proporcion.
asi llegamos a frases como - la proporcion es la piedra de toque del arquitecto,
este se revelara artista o simple ingeniero -
la arquitectura es proporcion y el mago la maneja de forma perfecta, con su poder
da tamaño necesario a las cosas y la arquitectura con mayusculas entra en escena.
la arquitectura supera al material...como la musica a los propios instrumentos.
entendemos este estado como de fascinacion, aquel en el cual los sentidos
estimulados y seducidos llegan a encontrarse en sintonia con las leyes de la naturaleza(3), fascinados y
extasiados nos dejamos sorprender por la luz, por las piedras que dejan de serlo para
transfigurarse en muros, para superar el solo hecho de construir y convertirse en poesia,
para configurar espacio, tiempo, lugar, y asi producir emocion.
con la misma ilusion de aquel niño que va al circo, y encuentra un nuevo mundo, una manera fantastica
de verlas cosas, mil nuevas incognitas que lo llenan de ilusion, asi mismo se mueve nuestra alma
al presentarnos frente a una obra (acto) de magia.
medida, proporcion, tiempo, material, luz, constituyen arquitectura, mas, la manera de organizarlos
solo demuestra nuestra posicion dentro de aquella primera clasificacion, magos o prestidigitadores.
en este caso hablamos de uno de los icono de la arquitectura, c.e.j.g.(4)
mago... con todaslas letras, exacto, habil, brutal, encantador, digno, rapido, capaz de burlar a la
vista sin posibilidad de encontrar el truco (si lo hay), sensible, seductor, medido, matematico, camaleonico,
creador de normas solo para romperlas, misterioso...contemporaneo.
sin posibilidad de dejar pasar una oportunidad para sorprendernos, una vivienda, un palacio, un teatro,
un plan para tres millones de habitantes o una silla, un cuadro, un museo, una iglesia, un hospital, etc. etc...
la arquitectura de valor la hacen los magos...
ellos nos despiertan de nuestro letargo y sus obras surgen de la nada, por sorpresa, impulsadas por energia
propia, la ligereza y rapidez son su carta de presentacion y cuado les vemos actuar quedamos atonitos.
magia!... señoras y señores...
el prestidigitador trabaja y trabaja...sufre, el truco no debe notarse, mira al publico y sonrie con
cierta mueca, el mago no. el mago sonrie tranquilo y nosotros disfrutamos de su risa.
permitamosnos ser magos y dejemos la prestidigitacion...
miremos arquitectura y dejemos los trucos...
exploremos el hacer de este personaje atractivo...
dejemos de lado las corrientes y estilos...
analicemos.
seamos pues aprendices de magia, hagamosla nacer.


(1)circo publicacion digital del estudio español compuesto por luis mansilla emilio tuñon.
(2)luis mansilla.arquitecto
(3)sin mucha exactitud palabras sobre el modulor
(4)charles edouard jeanneret gris

 

acerca de un pobre hombre rico, por el señor adolf loos

acerca de un pobre hombre rico, por el señor adolf loos

Quiero contaros algo acerca de un pobre hombre rico. Tenía dinero y propiedades, una mujer fiel que, al besarle en la frente, le quitaba todas las preocupaciones que traía consigo el negocio, y varios hijos. Por todo ello, cualquier trabajador podía envidiarle. Sus amigos le querían porque en todo lo que intervenía prosperaba, pero hoy en día la situación es completamente diferente.

Le sucedió lo siguiente:Un día le dije al protagonista de esta historia: "Tienes dinero y propiedades, una mujer fiel e hijos, cosas por las que cualquiera de tus trabajadores podría envidiarte. Sin embargo, ¿eres feliz? Mira, hay personas a las que les falta todo esto que tú posees. Pero sus preocupaciones desaparecen gracias a un gran mago, el arte. Y para ti, ¿qué es el arte? Ni siquiera conoces su nombre. Cualquier advenedizo puede entregar su tarjeta de visita y tu servidor le abrirá la puerta. Pero nunca has recibido al arte". "Ya sé que no ha entrado en casa, pero lo buscaré. Ha de mudarse a mi casa como un rey para vivir conmigo."Era un hombre poderoso, lo que empezaba lo llevaba a cabo con energía. En sus negocios ya se estaba acostumbrado a esto. Y así, aquel mismo día fue a ver a un arquitecto y le dijo: «Tráigame arte a casa. Los gastos carecen de importancia». El arquitecto no dejó que se lo dijeran dos veces. Fue a la vivienda del hombre rico, tiró todos sus muebles e hizo que fuera allí un ejército de hombres para poner parquet, encalar, hacer trabajos de carpintería y albañilería, revocar; llamó a fontaneros, alfareros, tapiceros y pintores y escultores. Tendrían que ver ustedes cómo se introdujo y custodió el arte en casa del hombre rico.Éste era más que feliz y en ese estado de ánimo deambulaba por las nuevas habitaciones. Dondequiera que mirase había arte, arte en todo y en cada cosa. Cogía arte cuando cogía el picaporte, se sentaba sobre arte cuando se dejaba caer sobre un sillón. Su cabeza tocaba arte cuando, cansado, la apoyaba sobre la almohada; su pie se hundía en arte cuando pisaba una alfombra. Con inmenso fervor se entregaba al arte. Desde que su plato fue un plato decorado volvió a cortar con firmeza su boeuf à l’oignon. Se le alababa, se le envidiaba. Las revistas de arte le enaltecían diciendo que era el primero de los mecenas. Sus habitaciones se copiaron y se pusieron como modelo.Lo merecía. Cada habitación constituía una completa sinfonía de colores. Pared, muebles y telas se hallaban armonizadas del modo más refinado. Cada objeto ocupaba su lugar determinado y combinaba maravillosamente con los demás. El arquitecto no había olvidado nada en absoluto. Ceniceros, cubiertos, interruptores, todo lo había diseñado él. Pero no se trataba de las artes usuales de los arquitectos, no; en cada ornamento, en cada forma, en cada clavo, se hallaba expresada la personalidad de su propietario. (Un trabajo psicológico de cuya dificultad cualquiera podrá darse cuenta.)Pero el arquitecto, humildemente, rechazaba toda honra. «No», decía, «estas habitaciones no son mías. Allí, en la esquina, hay una estatua de Charpentier. Así como no admitiría que alguien dijera que una habitación era obra suya si había usado en ella algunos de mis picaportes; no puedo presumir tampoco de que estas habitaciones sean de mi propiedad espiritual». Habló noble y consecuentemente. Cierto carpintero, que había revestido las habitaciones del rico con papel pintado de Walter Crane, y que quería atribuirse la paternidad de los muebles que en ella se encontraban porque los había creado y realizado, se avergonzó hasta lo más profundo de su negra alma cuando oyó esas palabras.Volvamos, después de esta interrupción, a nuestro hombre rico. Ya he dicho antes lo feliz que éste era.

Gran parte del tiempo lo dedicaba sólo al estudio de su vivienda. Porque tenía que aprendérsela; pronto se dio cuenta de ello. Había mucho que ver. Cada objeto tenía su sitio determinado. El arquitecto había realizado su labor con la mejor intención, pensando en todo. La menor cajita tenía un espacio concebido precisamente para ella.La vivienda era cómoda, pero complicada. Por ello, el arquitecto vigiló el modo de vivir en ella de sus habitantes, durante las primeras semanas, con el fin de que no cayeran en ninguna falta.

El hombre rico se esforzaba al máximo. Pero, sin embargo, ocurrió que, al coger un libro, estando ensimismado, lo dejó luego en el lugar correspondiente a las revistas. También podía suceder que la ceniza de su puro fuera a parar a un rehundido de la mesa, destinado a un candelabro. Si alguna vez alguien tomaba un objeto, más tarde había que pasarse horas tratando de averiguar el sitio correcto al que correspondía. Y a veces, el arquitecto tenía que desarrollar sus croquis para poder encontrar el sitio que se había destinado, por ejemplo, a una caja de cerillas.En un lugar en que las artes aplicadas habían obtenido un triunfo semejante, la música aplicada no podía quedar atrás. Esta idea preocupaba al hombre rico de un modo absorbente. Presentó una solicitud a la compañía de tranvías, pidiendo que, en vez de tocar los timbres sin sentido, produjeran el tema de las campanas del Parsifal. No halló en la compañía comprensión alguna. Allí no se recibían con entusiasmo las ideas modernas. En cambio, se le permitió pavimentar la zona de delante de su casa, corriendo los gastos por su cuenta, de modo que cada vehículo que pasaba por allí estaba obligado a hacerlo al ritmo de la marcha de Radetzky. El sonido de los timbres eléctricos de la casa también se adaptó a motivos de Wagner y Beethoven. Y todos los críticos de arte más famosos alabaron enormemente al hombre que había abierto una trayectoria nueva: el arte en el artículo de consumo.

Puede imaginarse que todas estas «mejoras» hacían a nuestro protagonista aún más dichoso de lo que era.Pero no se debe silenciar que optó por estar el menor tiempo posible en su casa. Es natural que haya que descansar de tanto arte. ¿Podría usted vivir en una galería de pinturas? ¿O escuchar durante meses enteros Tristán e Isolda? Pues, entonces, ¿quién podría censurarle porque se fuera a un café, a un restaurante, con amigos y conocidos, a reponer fuerzas? Él lo había imaginado de otro modo. Pero el arte exige sacrificios. Ya había hecho muchos por él. Sus ojos se humedecieron. Pensaba en aquellos objetos viejos que había querido y a los que, a veces, echaba de menos. ¡El gran sillón! Su padre siempre había hecho la siesta en él. ¡El viejo reloj! ¡Y los cuadros! Pero ¡el arte lo exige! ¡No hay que ablandarse!

En cierta ocasión, celebró su cumpleaños. Su mujer y sus hijos le hicieron costosos regalos. Le agradaron sobremanera y le proporcionaron gran alegría. Pronto llegó el arquitecto para tomar decisiones en cuestiones difíciles. Entró en la habitación. Satisfecho, le salió al encuentro el dueño de la casa, que se sentía emocionado. Pero el arquitecto no vio la alegría del dueño de la casa. Había descubierto algo y palideció. «Pero, ¿qué zapatillas lleva usted?», preguntó como costándole un esfuerzo.El dueño de la casa miró sus zapatillas bordadas. Luego respiró aliviado. Esta vez no tenía culpa en absoluto. Las zapatillas habían sido realizadas según el proyecto original del arquitecto. Por ello, contestó con aire de superioridad:"¡Pero, señor arquitecto! ¿Ha olvidado que usted diseñó estas zapatillas?"«Cierto», bramó el arquitecto, «¡pero para el dormitorio! En esta habitación destroza usted con estas dos manchas de color toda la armonía que en ella existe. ¿No se da cuenta?» El dueño de la casa lo reconoció. Rápidamente se quitó las zapatillas y casi se murió de alegría porque el arquitecto no encontró inaceptables los calcetines que llevaba. Se dirigieron al dormitorio para que el hombre rico pudiera ponerse los zapatos. «Ayer», empezó a decir tímidamente, «celebré mi cumpleaños. Mi familia me colmó de regalos. Le he mandado llamar, querido arquitecto, para que nos aconseje la mejor manera de distribuir las cosas que me han regalado».El rostro del arquitecto se alargó visiblemente. Luego, prorrumpío:«¿Cómo se le ha ocurrido permitir que le regalen cosas? ¿Acaso no he proyectado ya para usted todo lo necesario? ¡No necesita nada más! ¡Está usted completo!»«Pero», se permitió replicar el dueño de la casa, «alguna vez podré comprarme algo, ¿no?»«¡No, no puede hacerlo! ¡Jamás! Esto es lo único que faltaba, ¿cosas que no las haya diseñado yo? ¿No he hecho bastante permitiéndole el Charpentier? ¡La estatua que me roba toda la fama que merece mi obra! ¡No, no puede usted comprar nada más!»«¿Y si mi nieto me regala uno de sus deberes del jardín de infancia?»«¡No puede aceptarlo!»El dueño de la casa estaba anonadado. Sin embargo, no se daba por perdido. De pronto se le ocurrió una idea, ¡si, una idea!«¿Y si quisiera comprarme un cuadro de la Secession?», preguntó triunfante. «Intente, intente colgarlo en algún sitio. ¿No ve que no sobra espacio para nada más? ¿No ve que, para cada cuadro que colgué en su casa, compuse también un marco en la pared? Con otro cuadro no podría ni moverse. Pruebe a poner otro, ande.» Entonces, se produjo una transformación en el hombre rico. De feliz pasó a ser profundamente desgraciado. Veía su vida futura. Nadie podría proporcionarle alegría. Tendría que pasar ante las tiendas de la ciudad sin ningún deseo. No se crearía nada más para él. Ninguno de sus seres queridos le podía regalar su fotografía. Para él no habría ya pintores, ni artistas, ni artesanos. Se hallaba excluido de la vida futura y del aspirar a algo, del ser y del anhelar. Sentía: ahora hay que aprender a circular con su propio cadáver. ¡Si! ¡Está acabado! ¡Está completo!

una carta de amancio williams

una carta de amancio williams

La siguiente es una reproducción de una carta escrita por Amancio Wiliams a su hermano Mario, con relación al proyecto para su casa en el Parque Pereyra Iraola, en Mar de Plata.
Buenos Aires, 9 de diciembre de 1943.


Mi querido Mario:
La arquitectura es una de las formas más completas en que una época puede manifestarse, porque es la resultante de dos grandes fuerzas: el espíritu de la época y los recursos con que ella cuenta. Una época que tenga un gran espíritu construye, aún con recursos pobres, si éstos se emplean bien, grandes obras. Ejemplo las grandes arquitecturas antiguas que sólo contaron con piedra, ladrillo o madera, y cálculos elementales.
Una época con espíritu equivocado, aunque tenga enormes recursos materiales y científicos, produce bodrio. Ejemplo, el final del siglo XIX y el principio del XX, que contando con hierro y hormigón armado, no consiguió una arquitectura que los expresara (salvo honrosas e incomprendidas excepciones). Esto se debió al espíritu de imitación, opuesto al de creación que reinaba en la arquitectura del mundo entero desde el renacimiento y que sólo ahora empieza a sacudirse.
Si recorres la historia de la arquitectura, aunque sea a grandes líneas, verás en todas las grandes épocas un extraordinario esfuerzo de creación. En todas se inventa, no se copia. Ningún arquitecto griego construye en estilo egipcio o asirio, ningún bizantino en estilo romano, o griego o persa, ningún francés del siglo XIII en estilo bizantino o románico. ¿Por qué? Porque en las grandes épocas y en los grandes artistas está ausente el espíritu de copia, la preocupación es crear. Si en Grecia, en Bizancio, en la Francia medieval, hubieran renunciado a la creación, como renunció el mundo entero el siglo pasado (en arquitectura) y se hubieran dedicado a copiar, a estilizar, seguiríamos construyendo como los egipcios, que lo hacían admirablemente para su época pero no en una forma buena para hoy.
Actualmente tiene que crearse una gran arquitectura, pues por un lado se cuenta con recursos ilimitados: materiales y medios de construcción extraordinarios, universalidad de la ciencia, etc, y por otro se define ya el espíritu propio de la época, que empieza a aflorar, inaccesible aún a la masa, pero que ya reconocen los que saben ver. Todo el mundo que piensa, filósofos de la historia y de la política, grandes críticos etc.. Están de acuerdo en que una nueva época empieza. Una nueva época con su nuevo arte y su nueva mentalidad.
Y los que hoy rechazan sus primeras manifestaciones, aferrándose a los perjuicios de la decandencia de la época anterior, son tan ciegos y (consciente o inconcientemente) tan criminales como quienes silbaron a Wagner, mandaron a Siberia a Dostoleysky o condenaron a la miseria a Rembrandt. El filisteo, el que no comprende, es el peor obstáculo al movimiento que avanza, pero como no tiene suficiente fuerza, termina por ser arrollado. ¿Dónde están ahora los señores académicos que condenaron al impresionismo?
Sus nombres han muerto, sus obras nunca vivieron, y si álguien los recuerda alguna vez es con desprecio. ¿Y los pomposos críticos que calificaron de caótica a la novena sinfonía? ¿Y los incompresivos burgueses que se burlaban de Debussy?
El espíritu de la época terminará por triunfar. Y es mejor haber sido de los primeros, haber contribuído y no obstaculizado, haber comprendido, y no haberse reído o indignado, haber acompañado y alentado a los precursores, y no haber intentado aplastarles con el horrible peso de la masa burguesa.
Negar la creación es cerrar el camino al progreso. Querer retroceder, imitando tal o cual estilo, es contribuir a la degeneración y al caos, es cortar las posibilidades de llegar a un gran arte.
Por eso, ningún arquitecto que tenga un concepto elevado de su función, que sienta su época de una forma honda, que sienta la necesidad de expresar su espíritu, que quiera aprovechar al máximo sus recursos, podrá honradamente edificar, a pedido de un cliente, un estilo dado.
Podrá otro arquitecto hacerlo por viveza comercial, o por estar tan al margen de su época que no vislumbre sus problemas. Pero la ignorancia del último y el interés del otro están reñidos con el arte.
El Estilo, el verdadero Estilo, con mayúscula para distinguirlo de los estilos, nace solo, es un resultado de la claridad y la belleza expresadas a través de determinados medios. Es una cualidad distintiva, el sello que una obra de arte lleva de la personalidad que la creó, pertenezca esta personalidad a un individuo, un país o una época.
Su misma definición dice lo absurdo y deshonesto que es imitar un estilo. El músico que escribe estilo Bach y el pintor que pinta estilo Leonardo, además de ser un falsario demuestra carecer de estilo propio. Cada uno debe crear como puede. No debe preocuparse de que sus obras tengan estilo, ni en buscar éste. El estilo nace según el espíritu. Los llamados estilos: vasco, bretón, tudor etc. Son la expresión, un país y épocas dados, de ciertos climas, modos de vivir, recursos locales etc. Es decir, que son la negación de la universalidad. Son esencialmente locales. Tienen encanto, no todos, cada uno en su sitio o en su tiempo, pero es tan absurdo imitarlos como querer imitar el clima, el paisaje u el modo de vivir que les dieron nacimiento. Es tan incongruente como querer viajar en góndola a la pampa o en trineo por las sierras de Córdoba.
Hacer estilos, hacer casas, es lo más simple que hay. Un poco de sentido común para distribuir, un poco de cultura para conocer el estilo elegido, un poco de gusto para aplicarlo. Eso es todo.
¿Y el arte? ¿Y la arquitectura? ¿Qué tienen en común con eso?
Frente a ese oficio, imagínate ahora el del verdadero arquitecto, aquel arquitecto griego que no hacía estilo egipcio ni estilo asirio, sino arquitectura (en su tiempo moderna) y que, poco a poco, elaboraba, con los recursos de su época, superiores a los anteriores, y el admirable espíritu de su raza, aquella purísima belleza que debía culminar en el Partenon, o aquel arquitecto del siglo XII que no hacía estilo bizantino ni estilo románico, sino que buscaba honradamente la mejor construcción en piedra para resolver su problema y la mayor belleza para honrar a Dios, y creaba esas maravillosas catedrales góticas.
Aquellos arquitectos hacían arquitectura y creaban un estilo. ¿Existen hoy arquitectos como ellos? Desde el Renacimiento hasta ahora, puede decirse que desaparecieron.
La creación fue reemplazada por la imitación. Fuera de la explosión del Barroco, que por otra parte sólo jugaba con elementos clásicos distorsionados, todo sigue una línea, la creación se reduce a molduras, estucos o detalles de disposición. Un Luis se diferencia de otro Luis por cosas que no tienen nada que ver con la arquitectura. Ya no se trata de progresar en la construcción, ni de crear belleza, la ley es el capricho, la moda, se trata de una cartelera que se hace simétrica o asimétrica, de la pata de una silla que se usa recta o curva.
Hubo después otra explosión que gracias a Dios no prosperó: El Art Nouveau, que significaba por lo menos un intento de liberación, pero que no se apoyaba en nada serio: puro capricho y muy malo por cierto.
Y ahora, la arquitectura nueva. El verdadero arquitecto considera terminada la época degenerada en que el arte consiste en imitar las obras anteriores. Empieza la época en que de nuevo hay que crear, y en que la creación cuenta, para expresarse, con medios magníficos (hasta 1850 existían como elementos fundamentales para la construcción, la madera el ladrillo y la piedra, a partir de entonces aparecen el hierro, posteriormente el hormigón armado, alrededor de 2000 aleaciones, con gran cantidad de metaloides y materiales plásticos).
El arquitecto de esta época, paralelamente a aquel griego de que te hablé, se niega a repetir lo que ya no tiene o tuvo razón de ser, busca honradamente lo mejor en la construcción y lo más puro en belleza, hace arquitectura y algún día edificará su Partenon.
Es indispensable que comprenda lo diferente que es recorrer una revista norteamericana en busca de un detalle bonito, del agotador y maravilloso proceso de la creación artística, en que todo está en jugar con la intuición, la inteligencia, la imaginación y la técnica.
Desde el momento en que surge la concepción de la obra de arte hasta aquel en que se resuelve el último problema, cuanto goce y cuanta preocupación. ¡Qué gasto de energías mentales y físicas significa ese trabajo de contínua invención! ¡Qué diferencia con el sencillísimo problema de oficio que significa proyectar una planta que funcione bien y adaptarle unos frentes con estilo. Por otro lado, el trabajo de síntesis y de depuración necesario para llegar a una supresión simple es muchísimo más difícil que el de «adornar».
Ya que he hablado de «detalle bonito», quiero hacerte notar que el llamado «buen gusto» es una realidad subalterna respecto a la belleza permanente, y que solo puede aplicarse a obras de arte menor. Es rebajar a gran obra decir que está hecha con gusto. No lo puedes decir del Allegro de la Novena Sinfonía, ni del autorretrato de Durero, no de la Gioconda, ni de Notre Dame.
Deja el «buen gusto» para los vestidos, las alhajas, los pequeños elementos de la casa. En el arte, la arquitetura, la música, las artes plásticas, busca los valores profundos y permanentes que van más allá del buen gusto.
CESIÓN REVISTA 3. BUENOS AIRES.